Genes voladores, murciélagos y pitayos

Alberto Búrquez
Recuerdo mirar el Mar de Cortés desde la «Mancha Blanca», una playa al sur del Desemboque, el mayor asentamiento de los Comcaac en la costa del Golfo de California. Eso fue cuando yo era un niño al final de la década de 1950. Recuerdo descubrir en cada expedición anual nuevas maravillas a lo largo de la costa. Recuerdo mirar hacia un mar lleno de vida hacia la isla de Patos y más lejos hacia la isla Ángel de la Guarda y la lejana costa de Baja California. Cuando digo lleno de vida, lo digo en serio. Totoabas tan grandes como una persona, cardúmenes de tiburones martillo que patrullaban los arrecifes rocosos, marsopas que temprano por la mañana rompían graciosamente el espejo del mar. Recuerdo soñar con los tesoros desconocidos de la tierra prometida casi deshabitada al otro lado del mar. Desde entonces, he estado en Baja California muchas veces. Cada vez, ha sido un viaje maravilloso y revelador, de fantásticos paisajes, de plantas extrañas y en especial de maravillosas personas.
Mi más reciente viaje a la península de Baja California (los estadounidenses, en su gusto por las abreviaturas la llaman «Baja») lo realicé en una amable y grata compañía: mis colegas la Dra. Souza y el Dr. Eguiarte, mi asistente la Dra. Bustamante, y mi joven estudiante Sebastián Arenas. Fuimos buscando poblaciones de pitayo (Stenocereus thurberi), un cactus de amplia dispersión en el Desierto Sonorense, con el propósito de medir la variación al nivel poblacional, genético, y morfológico.
Nuestro viaje comenzó en Hermosillo, la capital del estado de Sonora, siguiendo la autopista 15 hacia el puerto de Topolobampo. Ahí abordamos el ferry para cruzar el mar de Cortés hacia La Paz, Baja California Sur. Una vez en la península, enfilamos hacia Sierra La Laguna en la región de los Cabos. La Sierra es un macizo montañoso en el extremo sur de la península. En su parte baja contiene comunidades aisladas de bosque tropical seco, mientras que en las elevaciones se desarrollan bosques de pinos y encinos. El único pino presente en la Sierra La Laguna es una subespecie endémica de piñón mexicano, Pinus cembroides subsp. lagunae. Cerca del Océano Pacífico, al sur de Todos Santos, encontramos poblaciones del pitayo costero (Stenocereus littoralis) una pequeña cactácea columnar estrechamente relacionada con el pitayo que crece en la costa no lejos del denso matorral espinoso de las estribaciones de la Sierra La Laguna.
Nuestra expedición nos llevó en un viaje de más de 1500 km a lo largo de la península. En los Cabos, al sur del Trópico de Cáncer (23°S), encontramos encantadores bosques de «palo blanco » (Lysiloma candida) con enhiestos troncos blancos. Más al norte, aparecieron los «copalquines» (Pachycormus discolor), pequeños árboles de troncos retorcidos que se aferran a las rojas rocas volcánicas y destacan contra el azul del cielo. Cerca del paralelo 28°N, en la frontera divisoria entre los dos estados peninsulares (Baja California Sur y Baja California), aparecen cada vez en mayor número los «cirios» (Fouquieria columnaris); una especie endémica del Desierto Sonorense con extraña morfología. Finalmente, al norte del paralelo 30°N, en la región más septentrional de nuestro viaje, aparecen las comunidades de plantas típicas de clima mediterráneo. El «cardón» (más correctamente llamado sagüeso—un tipo de cardón—Pachycereus pringlei) y el pitayo estuvieron siempre presentes a lo largo de la travesía.
En las muchas localidades que visitamos, trabajamos con las poblaciones del pitayo y medimos en cada individuo la altura y anchura, el número de ramas, la longitud de las espinas, el número y tamaño de las costillas—los pliegues en forma de acordeón característicos de las cactáceas columnares. También tomamos una muestra de tejido para extraer el ADN y luego comparar la similitud genética (o disimilitud) entre poblaciones. Nuestra hipótesis de trabajo partió del razonamiento de que las poblaciones peninsulares más cercanas a la región de las grandes islas del Golfo de California (Isla Tiburón, San Esteban, Partida, etc.) resultarían más similares entre sí que las poblaciones más lejanas de estas islas «trampolín» que permiten el paso de plantas y animales desde tierra firme hacia la península (o viceversa). Asimismo, estas poblaciones, serían más diferentes de aquellas localizadas hacia el sur o hacia el norte de esta región.
Esta posible diferenciación entre poblaciones puede darse gracias a los polinizadores y dispersores de semillas—los murciélagos magueyeros (Leptonycteris yerbabuenae)—que realizan una compleja migración que los conduce desde las montañas de la Sierra Madre hacia las planicies desérticas y a través del golfo. Los murciélagos acarrean polen y semillas direccionalmente entre poblaciones y dejan impresos patrones genéticos. A este proceso de movimiento de genes los biólogos le llamamos “flujo genético”. Nos permite reconstruir parte de la historia evolutiva de las especies y saber más acerca de las causas del parentesco entre poblaciones. La otra posible hipótesis es que las poblaciones del pitayo se separaron hace 4 o 5 millones de años—cuando se inició la apertura del Golfo de California—y desde entonces han estado separados ambos linajes en un proceso que se conoce como vicarianza. La búsqueda de las barreras geográficas y la evidencia de variación morfológica nos llevaron a encendidas y divertidas discusiones que terminamos midiendo no en tiempo, sino en unidades de sitios y kilómetros recorridos.
Cosas maravillosas ocurrieron durante nuestro viaje. Encontramos paisajes extraordinarios, fuimos testigos de marcadas transiciones de vegetación, nos movimos desde poblaciones de pitayos cargadas de líquenes cerca de las costas frías y ventosas del Océano Pacífico hacia poblaciones secas y cálidas cercanas al Mar de Cortés. El descubrimiento y la efervescencia del debate académico a la orilla de la carretera y el sentimiento de naturaleza sublime del paisaje virgen, resultaron tan importantes como los lugares que visitamos. Este viaje proporcionará material para un futuro recuento de nuestras aventuras y constituye la base del trabajo de investigación científica donde sabremos que tanto vuelan los genes del pitayo en las alas de los murciélagos que migran cada año a través del Golfo de California.