1. El Colegio de Sonora, Centro de Estudios del Desarrollo
Cuando pensamos en la minería, usualmente viene a nuestra cabeza la imagen de un hombre alto, de mediana edad, con un casco que porta un faro y con el rostro y el overol sucios después de un día de trabajo. Raras veces pensamos en mujeres en estos roles. Aunque hay muchas evidencias de la incursión de las mujeres en la minería desde tiempos remotos, su trabajo no ha sido reconocido públicamente. Incluso la tradición oral en muchos países de Latinoamérica, señalaba como un evento de mala suerte el que una mujer descendiera a las entrañas de la tierra, pues la Pachamama (la madre tierra) se pondría celosa y grandes tragedias sobrevendrían a los mineros. De esta y de muchas otras maneras, las mujeres han sido excluidas del sector, aunque ellas han participado económicamente en esta actividad, principalmente en la llamada minería artesanal y de pequeña escala.
Sin embargo, los tiempos cambian. El mercado requiere nueva fuerza laboral, los mitos se desvanecen y la tecnología hace posible que la minería comercial dependa más de la capacidad técnica que de la resistencia física. Y así, paso a paso, las mujeres se ponen el overol y avanzan: algunas comienzan a salirse de las oficinas y a subirse a los “yucles” (camiones mineros), otras dirigen laboratorios de geología, y otras permanecen en estratos laborales más básicos, limpiando y cocinando en los campamentos mineros; trabajando como empleadas a través de empresas que prestan servicios subcontratados a las compañías mineras. La presencia femenina es más notoria y comienza, ahora sí, a ser reconocida y hasta aplaudida por el sector minero, que encuentra en la promoción de la equidad de género una forma de reivindicarse socialmente. Tan sólo en Sonora, como se observa en la Figura 1, de 2009 a 2014 la cantidad de mujeres en el sector se ha cuadruplicado, pasando de 199 en 2009 a 1,343 en el 2014.
En Sonora existen más de 40 minas activas que contribuyen con el 17% del PIB estatal. Muchas de ellas ubicadas junto a comunidades rurales cuyos medios de vida –mayormente agrarios- dependen de los recursos naturales base en sus regiones, particularmente tierra y agua en suficiente cantidad y calidad para estos fines. Uno de los principales argumentos de gobiernos y mineras al acercarse a una comunidad es la promesa de mejores ingresos, nuevas fuentes de empleo y oportunidades económicas para los pobladores. Sin embargo, al ser un sector sujeto al mercado global y a las medidas de flexibilización y liberalización presentes en la política económica mexicana desde al menos la década de 1980s, la minería Sonorense también se ha caracterizado por una alta subcontratación. En la Figura 2 pueden verse los datos de INEGI con la proporción de hombres y mujeres dependientes de la razón social (es decir, contratados directamente por la compañía minera) y no dependientes de la razón social (es decir, subcontratados). En esto, Sonora también tiene promedios mayores que el nivel nacional, y esto puede traducirse en mayor inseguridad laboral y falta de prestaciones a largo plazo.
A pesar de la gran importancia de la minería en Sonora, de sus implicaciones socio-ecológicas y de la creciente proporción de mujeres que trabajan en ella, no sabemos con certeza cuáles son los efectos concretos de la minería en las localidades donde se instala; qué gana y qué pierde una comunidad rural al verse expuesta a la minería; y cómo las personas se involucran en el sector y viven diferentes experiencias. Este tipo de preguntas han dividido por décadas a la opinión pública y la respuesta más simple, aunque muy insatisfactoria es: depende. Depende del tipo de minería, de su extensión y procesos, del mineral obtenido, de la distancia con respecto a la comunidad, de la legislación, de sus relaciones comunitarias, hasta del tipo de liderazgo de sus gerentes. En estos aspectos hay todo tipo de compañías, o en palabras de una representante del sector: “hay minas de chile, dulce y manteca”. Lo cierto es que, al margen del sabor, los investigadores escasamente hemos realizado estudios sistemáticos en el noroeste árido de México de lo que significa para las mujeres y hombres tener una mina en su comunidad.
Por lo anterior, mi equipo se planteó el objetivo de explorar cuáles son estos efectos socioeconómicos y ambientales de la minería rural en Sonora, utilizando como caso de estudio la Mina Mercedes, una mina subterránea de oro y plata en Cucurpe, propiedad de la trasnacional Premier Gold (ver Figuras 3 y 4). Nos interesaba sobre todo explorar estos efectos desde los ojos de las mujeres que se relacionan de diversas maneras con la minería; ya sea como empleadas contratadas directamente por una mina, empleadas subcontratadas, mujeres en puestos gerenciales y mujeres habitantes de comunidades mineras sin participación en el sector.
Lo que encontramos fue que las mujeres experimentan efectos socio-económicos y ambientales diversos, dependiendo de los distintos roles que juegan en su relación con la minería. También encontramos que la comunidad enfrenta un conjunto de efectos aparentemente contradictorios entre los beneficios económicos que la actividad reporta a los habitantes en el corto plazo, y los costos ambientales y sociales inciertos que la minería conlleva en el largo plazo. En general, si no existen políticas claras de construcción de capacidades locales, las comunidades con presencia minera experimentan una situación de ingresos y consumo incrementados sin un correspondiente aumento en su calidad de vida; algo que otros investigadores han llamado “tener dinero con pobreza”.
Para entender lo anterior, es necesario pensar en la pobreza como falta de bienestar y de capacidades y baja calidad de vida; aunque de nuevo, esto depende de quién juzgue la situación. Por ejemplo, Lucía, una mujer minera en sus 30 años, es casada y madre de dos hijas y tiene estudios de secundaria completa. Lucía es una de las pocas operadoras de maquinaria pesada que viven en la región. Con sus manos mueve toneladas de tierra todos los días y con su valor entra a las profundidades de la tierra para tener mejores ingresos y nuevas oportunidades educativas y económicas para su familia. Ella es originaria de Cucurpe, donde los medios de vida disponibles son mayormente agropecuarios, con muy pocas oportunidades laborales para mujeres y también muy pocos derechos de tierra y agua en manos femeninas, cuestión que no es exclusiva de esta comunidad. Desde que trabaja en la mina, dice ella, “…tengo carro y casa (…) tengo seguro de gastos médicos mayores”, aunque también sabe que los gastos mayores se asocian con riesgos mayores. Lucía trabaja jornadas de 7 a.m. a 7 p.m. ―que comienzan al despertarse a las 3:30 a.m.― con seis días de trabajo por tres de descanso, o un turno de 6 x 3, como dicen los mineros. Ella señala que permanece en este duro trabajo para darles a sus hijas las oportunidades que ella no tuvo.
Así como Lucía, otras mujeres juegan roles distintos en esta actividad. Algunas trabajan como empleadas subcontratadas, otras en puestos gerenciales, otras son esposas o madres de mineros, otras incluso son activistas resistiendo la minería. Lo cierto es que cada rol tiene asociado su “paquete” de efectos socioeconómicos y ambientales diferenciados; aunque todas comparten en común el enfrentarse a un mundo masculinizado y corporativizado, en el cual, en palabras de una minera en un puesto gerencial “las mujeres no rompen el techo de cristal ni con casco minero”.
La minería de gran escala no sólo extrae los minerales del subsuelo ―utilizando y desechando al mismo tiempo agua y tierra, con impactos a la biodiversidad y la calidad del paisaje, que a veces tardan mucho tiempo en hacerse evidentes―; también extraen el capital social de estas localidades, pues las personas y particularmente las mujeres, dependen de movilizar sus redes personales para obtener cuidados para sus hijos y hogares, si es que quieren permanecer en la minería. Más allá de esto, muchos habitantes de escasos recursos en comunidades rurales, tanto hombres como mujeres, sin estudios profesionales y sin medios de vida agrarios, observan en las minas una luminosa oportunidad de tener un trabajo que les permita permanecer en sus pueblos, junto a sus familias, con ingresos que ellos perciben como extraordinarios; aunque en el largo plazo esto se traduzca en riesgos sociales y ecológicos inciertos y muchas veces no previstos para ellos y sus comunidades.